
Sin atreverme a tocarte te observo
volando imprudente.
Desgarrada esa madera lucha una guerra vana
tu mirada ya sin ojos se posa insitente en mi mirada
cierro los ojos ya sin poder verte
¡Ciego Galileo!
pueril observador que procuró develar tus secretos
¡Ciegos! ¡Impertinentes!
no osen siquiera hacerlo
Lates todavía en entrañas de barro
escupes en la cara de cualquiera
sin importar su rango sólo son madera,
crepitante y obsoleta,
roja entraña teñida de amarillo
Sin perjuicio alguno, ni noción moral
no habrá nunca bien
no habrá nunca mal
Sólo caminantes de brasas
Desgarra de una vez por toda este cuerpo que te mira
lleva todo rastro de su existencia a la tuya propia
diluyete en el aire y respira sus pulmones
haz del agua vapores y deja la tierra ajada
No dejes de mirar tu propio ombligo amorfo
No dejes que nadie ose mirarlo.
Quema hasta que te hartes hasta que revientes
hasta que nadie en tu paso quede
Luego descansa.
Gracias Mauro, amigo mío!
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