domingo, 19 de abril de 2009

Demian- Hesse

"Lo que mas me complacía eran sus ojos llenos de orgullo y hostilidad."

"Sin darme cuenta, había recibido del organista Pistorius la primera lección mientras permanecí tumbado con él delante de la chimenea en su sombría celda de ermitaño. La
contemplación del fuego me había reconfortado; había consolidado y ratificado inclinaciones que siempre había sentido, pero que nunca había cultivado. Poco a poco fui viendo claro, al menos parcialmente; ya desde niño me había gustado contemplar las formas extrañas de la naturaleza, no observándolas simplemente sino entregándome a su propia magia, a su profundo y barroco lenguaje. Las raíces largas y fosilizadas de los árboles, las vetas coloreadas de la piedra, las manchas de aceite flotando sobre el agua, las grietas en el cristal: todas estas cosas habían ejercido antaño una gran fascinación sobre mí, sobre todo el agua y el fuego, el humo, las nubes, el polvo y, especialmente, las manchas de colores que veía girar al cerrar los ojos. En los días posteriores a mi visita a Pistorius, empecé a acordarme de esto. Porque noté que una cierta fuerza y alegría, y la intensificación de la conciencia de mí mismo que sentía desde aquel día, se debían simplemente a la larga contemplación del fuego. ¡Qué sedante y reconfortante era!
Entre las pocas experiencias que he realizado en el camino hacia mi verdadera meta vital se cuenta la contemplación de esas imágenes. La entrega a las formas irracionales, barrocas y extravagantes de la naturaleza produce en nosotros un sentimiento de concordancia entre nuestro interior y la voluntad que las ha producido. Nos sentimos tentados a creerlas caprichos nuestros, creaciones propias; vemos vacilar y disolverse la frontera entre nosotros y la naturaleza, y adquirimos conciencia de un estado de ánimo en el que no sabemos si las imágenes en nuestra retina provienen de impresiones exteriores o interiores. En ningún otro momento descubrimos con tanta facilidad la medida en que somos creadores, en que nuestra alma participa constantemente en la recreación de la vida. Una misma divinidad indivisible actúa en nosotros y en la naturaleza; y si el mundo exterior desapareciera, cualquiera de nosotros seria capaz de reconstruirlo, porque los montes y los ríos, los árboles y las hojas, las raíces y las flores, todo lo creado en la naturaleza, está ya prefigurado en nosotros: proviene del alma, cuya esencia es eterna, y escapa a nuestro conocimiento, pero que se nos hace patente como fuerza amorosa y creadora."

Demian-Herman Hesse.

1 comentario:

interpreta-sones dijo...

construir el universo desde nosotros mismos es una idea que se acerca mucho al solipsismo, no? me gusta!