mientras nos queda la palabra, podemos acercarnos, desde lejos,
y en las mas diversas distancias, para sumar, y compartir las soledades,
y porque no, mezclarlas, y sentir que el mundo nos cabe en la palma de la mano
Esta mañana, y antes que sonara mi desperatador, Fausto, mi hijo menor, se acerco y me leyó...
"Ocurrió en el tiempo de las noches largas y los vientos de hielo: una mañana floreció el jazmín del Cabo, en el jardín de mi casa, y el aire frío se impregnó de su aroma, y ese día también floreció el ciruelo y despertaron las tortugas. Fue un error, y duró poco. Pero gracias al error, el jazmín, el ciruelo y las tortugas pudieron creer que alguna vez se acabará el invierno. Y yo también.
Eduardo Galeano, del libro Las Palabras Andantes"
Y esta es para mi la felicidad, así, efímera, y maravillosa. Nunca dejarse de sorprender!!!!
Pálido verdoso cielo, esboza ciertamente una claridad extraña, entre una llovizna indecisa e inconstante; lo veo desde mi ventana, y si bien a la multitud le incomoda la lluvia con estas características, a mi me produce un ancestral placer.
La certeza que ella lava al mundo, le devuelve el perfume, la humedad, tintineos y de alguna manera me permite sentir que soy parte de un todo; inmenso, y disfruto tanto más en cada gota, mis sentidos se liberan, y viene a mi un torrente de imágenes, que suelen acompañarme en mi universo, ese que me deja respirar entre la gente, y el bullicio.
Hacía un mes que no llovía y alrededor de esa ausencia aparecían rugosidades y tristezas propias del desierto. El aire fresco me obligó a buscar un abrigo, francamente sabroso; en verano, no me quejaba con frecuencia, pero hacía que añorara Abril, no sé bien en que momento de mi adolescencia adopté ese mes como propio, y hasta la sonoridad de la palabra me recrea otoños…
Y estos días, de delicias, siento que el mundo es demasiado extenso para permitir que la gente de este color mío se cruce, y estoy frente a mi ventana sola, no obstante no me apena mi compañía, he aprendido a lo largo de los años que uno es una multitud, en cada gama, en cada frecuencia es diferente, y en esa diversidad están nuestras bellezas, nuestra magia, la riqueza que nos va cruzando y nos mezcla con una agilidad singular y maestra, más aún aprendemos de cada gesto, y más tarde nos sorprendemos al mirarnos nuevamente a un espejo.
Las metamorfosis más diversas e impensadas; a veces se ven rápidamente, otras ni las queremos ver, todas allí dentro de ese envase dúctil, y único, sin embargo, a través de él se puede ver quien asoma, el que hoy está de turno.
Cuando llueve, sale de mi ese ser que amo, claro, casi luminoso; diría, salir afuera, y permitir que el cielo me bese el rostro y se deslice por mi pelo, me devuelve una imagen deliciosa de mi alma, ella se anima y sale también a beber, dedica una poesía que me mantiene luego en estado de éxtasis, y la certeza de esa sensación me permite subsistir en días mundanos, lejos de la lluvia y lejos del alma, cuando asoman otros, en mi.
No sé si hay quien sabe, quien siente estos detalles, tal vez sólo unos pocos, nos movemos entre estos mundillos, entre estos cielos, y luego más tarde, volver al sitio, saberse limitados, insensibles, y a veces en estado de ahogo, pero la certeza del cielo, nos hace ver luminosos juntos a ese que está dentro, y en este dejo de soberbia, salvable por la verdad más cierta, me enriquece. Dentro mío conviven tantos, que no se cuantos son, pero se conocen y de a poco han aprendido a tolerarse, y entender que no hay opción, la batalla interior, sin cuartel nos perjudica a todos, y después de serias batallas acordaron esta comunidad… Si ni siquiera pensar en esos días lejanos me da sosiego; pasar del fuego al hielo, brasa y brisa, supo consumir toda mi energía, y quedar exhausta, sin sentido, sin sino. Saber que cada batalla me trajo hasta aquí casi me permite justificarlo todo.
El demoledor transcurso de los días en estado de conciencia es el camino más escabroso, pero por lo visto y sentido, no hay otro, vamos armando según requerimos para saber ciertas cosas, que nos engrandecen aunque pasando por el ojo del tornado, certero el dolor siempre sabe cuándo y con qué intensidad clavar la daga, cuánta sangre necesita la bestia, y uno va, casi incondicional, a las manos del verdugo, y el con un placer de los dioses nos arremete sin piedad, y sabe por nuestro gesto que en nosotros ya hay sabiendas del dolor.
Pero la libertad no puede ser una inversión. La libertad es una aventura sin fin, en la cual arriesgamos nuestras vidas y mucho más, por unos momentos que no se pueden medir con palabras o pensamientos.
-No fue mi intención hablar como mercachifle al hacerle esa pregunta, don Juan. Lo que quiero saber es, ¿cuál podría ser la fuerza que impulse a un perfecto haragán como yo para que hiciera todo esto?
- La búsqueda de la libertad es la única fuerza que yo conozco. Libertad de volar en ese infinito. Libertad de disolverse, de elevarse, de ser como la llama de una vela, que aun al enfrentarse a la luz de un billón de estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más de lo que es: la llama de una vela.